¿Se han cumplido los pronósticos sobre el futuro de la música en la era digital?

Recogidos en el informe Report on Digital Music: Opportunities and Challenges elaborado por la OCDE hace 20 años

¿Se han cumplido los pronósticos sobre el futuro de la música en la era digital?

La Sociedad de Artistas AIE realiza un análisis sobre las predicciones planteadas en ese informe desde la perspectiva de los artistas

© TyliJura

Madrid, 28 de mayo de 2025– El 13 de diciembre de 2005, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó un extenso informe de 131 páginas en el que, bajo el nombre OECD Report on Digital Music: Opportunities and Challenges, planteaba cuál sería el futuro de la música en la era digital.  

Aprovechando que la música ha sido el eje vertebrador de la celebración del Día Mundial de la Propiedad Intelectual 2025, resulta interesante analizar las predicciones que se planteaban entonces y ver cómo ha evolucionado la posición de los distintos agentes involucrados en el ecosistema de la música digital. Pero, en esta ocasión, desde el punto de vista de los artistas intérpretes o ejecutantes, perspectiva que suele dejarse de lado en este tipo de análisis.  

El informe de la OCDE acertó en prever la disrupción digital y el auge del streaming, si bien subestimó el crecimiento de este formato que, de facto, se ha convertido en la clave de la distribución de música grabada, rompiendo con todas las previsiones sobre la senda de crecimiento que tendría la industria durante los siguientes años. De hecho, según el último informe de IFPI, el streaming representa casi el 70 % de los ingresos de la industria de música grabada, superando holgadamente el 80 % en algunos de los mercados de referencia. Además, los ingresos del streaming han crecido a doble dígito durante los últimos 10 años y, aunque aún no superan el récord histórico de 1999 si tenemos en cuenta la inflación, se puede decir que la industria musical vive uno de sus mejores momentos, tras una época de especial turbulencia al inicio del nuevo milenio. 

Aquel análisis fue certero a la hora de adelantar el impacto que las nuevas formas de distribución de música tendrían en la redefinición completa de la cadena de valor musical, la aparición de nuevos modelos de negocio y el protagonismo de nuevos actores relacionados con la fabricación de software y la provisión de servicios de Internet frente a las grandes compañías discográficas. También adelantó con precisión la caída de las barreras para la distribución y su impacto en el avance de las propuestas independientes.  

Por otro lado, no fue capaz de aventurar con precisión la influencia de nuevas cuestiones clave que cambiarían por completo la experiencia de escucha y descubrimiento de nueva música. Como principales omisiones, cabe destacar el papel que las redes sociales, la curación algorítmica y los nuevos formatos de consumo han tenido a la hora de redefinir completamente la forma en la que las personas se relacionan con la música y, por tanto, la forma en la que los creadores y titulares de derechos diseñan sus estrategias comerciales.  

En relación a los creadores, si bien el informe adelantó cómo la distribución digital facilitaría el acceso, subestimó significativamente algunas de las consecuencias negativas del nuevo modelo en los creadores que, si bien siguen siendo un elemento clave de la generación de valor, han visto cómo su papel se ha ido difuminando conforme la industria crecía. En lo que respecta a la remuneración de los artistas, el informe de la OCDE anticipaba el surgimiento de nuevos modelos de negocio, pero no la profunda disparidad en la distribución del valor generado. Varios estudios posteriores (OMPI, 2021) han confirmado que una pequeña minoría de artistas recibe ingresos que les permiten vivir del streaming, mientras que la mayor parte lucha por sobrevivir.  

Por otro lado, la «democratización» del acceso a la distribución, no se ha traducido en una democratización de los ingresos y la falta de innovación en cuanto a los modelos de compensación y remuneración por el uso de la música ha derivado en que los antiguos contratos de comercialización de la música en formatos físicos hayan tardado mucho en evolucionar y, cuando lo han hecho, haya sido de forma insuficiente. 

Adicionalmente, las plataformas de streaming han mantenido los precios de las suscripciones artificialmente bajos, priorizando el valor obtenido por la adopción y uso masivo por parte de los consumidores y la potencialidad que ofrece la monetización de sus datos frente a los ingresos que se recaudan vía suscripción.  

 

“Commoditización” de la música 

El diseño de incentivos que plantean los esquemas de reparto de las plataformas (que priorizan la cantidad de contenido), así como el papel creciente de las recomendaciones algorítmicas y editoriales, han llevado a la «commoditización» de la música, erosionando el valor percibido por parte de los consumidores y dificultando la diferenciación para los artistas, especialmente en el caso de aquellos pertenecientes a géneros menos populares. 

La cadena de valor ha cambiado, desplazando el poder hacia las plataformas y dejando a los creadores con un poder de negociación aún menor, frente a las compañías discográficas y las propias plataformas de streaming. La dependencia del streaming ha creado nuevas vulnerabilidades frente a cuestiones como la curación editorial y algorítmica y las propias políticas de las plataformas. 

Esta problemática se agrava aún más en el caso de los músicos de sesión, que, con la excepción del territorio de España, ven cómo sus grabaciones se utilizan en el streaming sin recibir ninguna contraprestación más allá del pago por el trabajo en sí mismo, enfrentándose a múltiples problemas incluso para poder acreditar su participación en las grabaciones. 

Y todo ello en el contexto de la irrupción de la inteligencia artificial generativa (IAG), que viene a intensificar los principales problemas que han caracterizado el desarrollo y adopción del modelo de distribución por streaming. Sobre todo, en lo relativo al desplazamiento del valor de las personas creadoras hacia la tecnología y la tendencia a la homogeneización de la oferta musical disponible en las plataformas, con las implicaciones que esto tiene para la sostenibilidad del modelo y la diversidad cultural. 

En conclusión, si bien el informe de la OCDE proporcionó una visión valiosa de la transformación digital de la industria musical, es fundamental reconocer que la transición hacia el streaming no ha sido un «win-win» para todos los actores de la industria, como demuestran los efectos colaterales que esta transformación ha tenido para los artistas y músicos. Por todo ello, la creación de un ecosistema musical digital sostenible y equitativo requiere un enfoque que priorice la remuneración justa, la diversidad artística y la transparencia.